"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

domingo, mayo 24, 2020

LUIS EDUARDO AUTE







A Luis Eduardo Aute lo conocí desde niño sin saber la magnitud de artista que era. Es de esos casos en los que se escucha una canción y se queda instalada de inmediato en el subconsciente, sin saber siquiera quién es el autor. En mi juventud rabiosa de versos fallidos, escuchar Anda o Volver a verte, afianzaba mi inseguridad en las palabras: envidiaba la sencillez de producir emociones con palabras tan precisas. En esas canciones no sobraba, no sobra una sola palabra. Volvía a mis cuadernos a tachar versos, a lamentar mi incapacidad de hilar párrafos sanos, vigorosos, construidos con solo palabras justas.


Llegué a él  más por la infinidad de versiones y homenajes  que por su propias interpretaciones. Hasta que tuve la suerte de verlo en vivo. Entendí al autor que interpreta su propia obra, entendí sus entonaciones, la modulación de su voz tierna, que utilizaba como un pincel. Voz que acariciaba cada palabra que emitía, que ocultaba la gran timidez del cantor que entre canción y canción dejaba ver a un ser humano de gran lucidez y sentido del humor, de ese humor inteligente que es el que se queda incrustado en la mente. 

Nadie podía odiar a Aute, leí en un artículo que apareció un día después de su muerte. No se puede odiar a un ser humano universal, en el sentido más riguroso de la palabra: pintor, escultor, poeta, cantante, cineasta, músico.  Solitario también, discreto en su inteligencia, sabio, alejado de las redes que todo lo enredan, moderado, con la virtud de los viciosos de vino, de mujeres, de literatura. 

El 5 de abril desperté con la noticia de que Luis Eduardo había muerto el día anterior, después de una larga enfermedad que detuvo todos los proyectos que lo mantenían vivo. Desde que supe de su convalecencia sabía que no merecía estar mucho tiempo atado a camas de hospital. Aun así, me sobrevino un llanto legítimo, como cuando perdemos a un amigo cercano, más cercano que la gran mayoría de las personas que circulan por nuestras vidas.

Nos vemos en Vailima. Vivamos entre libros y acuarelas, en una película de Truffaut en blanco y negro. Viajemos a Albanta:


Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
vuelan las alas del agua
como palomas de escarcha
y el mar no es azul
sino vuelo de tu imaginación
en Albanta.
Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
las nubes callan palabras
y el cielo no dice nada
y el sol es un sol
transparente como tu corazón
en Albanta.

Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
las ciencias no son exactas
porque es eterna la infancia
y el fin no es el fin
porque no acaba lo que no empezó
en Albanta.
Yo sé que allí,
allí donde tu dices,
no existen hombres que mandan,
porque no existen fantasmas
y amar es la flor
más perfecta que crece en tu jardín
en Albanta.


Nos vemos allá, Luis Eduardo.






jueves, mayo 21, 2020

NO SOMOS UN CUADRO DE HOPPER


El distanciamiento social obligatorio deja de ser aislamiento.  Dostoievski decía que el ser humano, incluso si estuviera encadenado, preferiría vivir a morir. Este largo periodo de ensimismamiento me ha traído muchos pasajes literarios y me ha llenado de recuerdos, de todos los recuerdos que no atesoré, refugiado en mi aislamiento social voluntario. Me vienen imágenes acumuladas en no sé dónde, entre ellas los cuadros de Edward Hopper. Esos colores ocres, reflejo de sus personajes solitarios, inmersos en la vida cotidiana, sin expresión, mirando al vacío exterior o interior. Siempre me han interesado los seres marginales, los desposeídos, los no reconocidos, los anónimos. Si son la mayoría, me interesa la humanidad, esos seres que transcurren, que ven como los días pasan y también los abandonan poco a poco dejándolos en una barra de bar, en un café, en una calle inhóspita. 



Porque los personajes de Hopper no solo son los solitarios que vemos a través de las ventanas, también lo son los transeúntes, la gemte que camina sin sentido, esperando encontrar algo que nunca consigue encontrar. Los solitarios que ya lo éramos desde antes del aislamiento de pronto nos encontramos más acompañados de lo que estábamos antes del confinamiento. Tenemos redes, podemos vernos por video en cualquier lugar en el que estemos, podemos estar en la inmediatez de una cámara. Y así nos sentimos cerca, así nos procuramos allegarnos a la gente que en condiciones normales no contactaríamos. ¿Para qué la libertad total de salir si terminamos refugiándonos en nuestros mismos hábitos, en nuestra misma rutina ruin?

Pero el paso del tiempo sí nos determina la soledad que decidimos vivir. Al observar después de dos meses la foto de un recién nacido, nos damos cuenta de lo vertiginoso que puede ser el calendario. Desde el encierro valoramos más las cosas que dejamos de hacer, el tiempo malbaratado. y no, no es que al final de esta distancia salgamos a la calle a abrazarnos con la gente que pase a nuestro lado, no. Seguramente nos refugiaremos en los mismos lugares que se fueron enraizando en nuestras articulaciones, iremos al trabajo, regresaremos a casa hartos de él, extrañando los días en los que no había más nada que hacer.




¿Para qué queremos la vida eterna si, en caso de obtenerla, repetiríamos exactamente las mismas acciones que componen nuestras vidas? Quizá, voluntariamente, nos aislaríamos después de un recorrido que nos llevaría de vuelta a la rutina que para algunos es sinónimo de felicidad.


No somos un cuadro de Hopper. Nos salvan los dispositivos, la tecnología. Podemos acariciar y besar una pantalla, es igual. Vivimos filmando, registrando nuestro paso por el mundo, minuto a minuto, en tiempo real. Somos menos reales cada vez, más virtuales, más lo que deseamos ser que lo que somos en realidad.  Esa es la nueva realidad. Mucho más estremecedora que los cuadros de esas personas solitarias; la realidad de seres solitarios que creen que no lo son, seres virtualmente felices, dejando rastros por donde quiera, desesperados por hacerle ver a la gente que estamos, que seguimos vivos.















domingo, mayo 17, 2020

LUIS GARCÍA MONTERO






No recuerdo si conocí a la llamada Poesía de la experiencia por Luis García Montero o conocí a Luis García Montero por esa corriente, llamada también, creo que de mejor manera,  La otra sentimentalidad. A ese sitio llegué por Joaquín Sabina, no por su lado musical sino por sus compañeros poetas, entre ellos Benjamín Prado, Gil de Biedma, Ángel González y el propio García Montero.  Reconociendo mi gusto por la palabra inexacta, por los ripios del Flaco de Jaén, encontré el mismo tono lírico en este grupo, pero elevado al sitio de literatura, sin menospreciar el género canción. Encontré más musicalidad en los poetas, además de un uso riguroso de la palabra sin decorados, sin parafernalia. Poesía cercana, limpia que llega de inmediato a quien la lee, a su "experiencia" individual que la hace universal. Poesía que unifica y por lo tanto se hace comunitaria.

No es el evidente rasgo social de Montero lo que me hizo enredarme en sus palabras. Fue el contacto directo con lo cotidiano transmutado en objeto poético, lo que se encuentra en cualquier calle, en cualquier casa. Porque es necesario un elevado grado de lucidez para encontrar la belleza en cualquier esquina, la belleza en el sentido amplio de la palabra, la belleza de los lugares sombríos también, la belleza de lo ordinario. Tuve la oportunidad de ver a este hombretón, ahora Director del Instituto Cervantes, leyendo algunos textos en Bellas Artes, en la presentación de su antología Lágrima extraña, editada por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Tuve la fortuna también de compartir esos versos  con mi mejor amiga y también de encontrar gente entrañable que el paso del tiempo me aleja permanentemente, entre ellos a José Ángel Leyva, mi primer maestro de Literatura quien, sin saberlo, me inoculó el gusto por la palabra escrita a través de su palabra hablada. Día completo aquél, con la firma de Montero en la primera hoja del libro: "Para Armando, con mi mejor amistad en la poesía y en la vida". 





Me quedo con dos poemas que bien pudieran ser canciones (creo que hay versiones cantadas de al menos uno). Canciones sin instrumentos, por que la música la da el ritmo, los silencios, las entonaciones. El primero:




Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi,
cruzo la desmedida realidad
de febrero por verte,
el mundo transitorio que me ofrece
un asiento de atrás,
su refugiada bóveda de sueños,
luces intermitentes como conversaciones,
letreros encendidos en la brisa,
que no son el destino,
pero que están escritos encima de nosotros.

Ya sé que tus palabras no tendrán
ese tono lujoso, que los aires
inquietos de tu pelo
guardarán la nostalgia artificial
del sótano sin luz donde me esperas,
y que, por fin, mañana
al despertarte,
entre olvidos a medias y detalles
sacados de contexto,
tendrás piedad o miedo de ti misma,
vergüenza o dignidad, incertidumbre
y acaso el lujurioso malestar,
el golpe que nos dejan
las historias contadas una noche de insomnio.

Pero también sabemos que sería
peor y más costoso
llevárselas a casa, no esconder su cadáver
en el humo de un bar.

Yo vengo sin idiomas desde mi soledad,
y sin idiomas voy hacia la tuya.
No hay nada que decir,
                                              pero supongo
que hablaremos desnudos sobre esto,
algo después, quitándole importancia,
avivando los ritmos del pasado,
las cosas que están lejos
y que ya no nos duelen.







¿Se puede olvidar el primer verso? ¿Puede haber una declaración de amor mejor? Esa primera estrofa fue la que hizo que buscara más, todas las posibles. Hasta llegar al segundo texto, este que se lee y corta la respiración:


AUNQUE TU NO LO SEPAS
Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminando
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.



Me quedo con ese día que conjugó todo lo que me interesa. Entendí esa otra sentimentalidad, la que de tan sencilla es inexplicablemente tan difícil de entender. Eso esencial que nos produce emoción, pero una emoción que no navega en aguas superficiales. Porque es eso la poesía: el estar en el lugar adecuado, posible o imposible, real o imaginario. Estar. Bienestar.











sábado, mayo 16, 2020

LOS MURMULLOS










Cuánto se habrá dicho de Juan Rulfo. Casi siempre de la grandeza de su obra minúscula, pero quien lo ha leído entre líneas y encuentra el hombre discreto, de pocas palabras, sumido en un mundo de muertos desde su infancia, sabe su vida es el reflejo exacto de su obra, en otro ámbito, en un sitio menos árido, con personajes más cotidianos, pero poblada de fantasmas, de muertos que confunden su realidad. Me interesa la soledad de Rulfo en la montaña, de sus fotos en blanco y negro riguroso, como bocetos de las películas que dibujó al carbón Gabriel Figueroa, ese Rulfo tan cinematográfico que sin embargo no contribuyó a ninguna película sobresaliente, quiero pensar que por la dificultad de recrear personajes irreales o perdidos en un tiempo inmemorial , el de los muertos, el de los fantasmas que saben que murieron y cuentan su vida con el mismo lenguaje parco de su autor. Me interesa ese Rulfo solitario que amanecía desnudo después de una noche de ebriedad, en la calle, sin sentido, el más grande cuentista mexicano devorado por su alcoholismo. Me interesa el Rulfo de las Cartas a Clara, aquel capaz de escribir palabras como:  
"tú eres ahora mi sueño. El mejor y el más hermoso de mis sueños. Un sueño que se puede tocar; que tiene ojos que lo miran a uno y boca tibia y dulce que lo hace a uno amar más la vida. Que tiene corazón y un alma noble y amiga en quien uno puede poner toda su fe". Ese mismo Rulfo amoroso que leí alguna vez en el Café Nin acompañado de mi mejor amiga, es el mismo que escribe los cuentos sanguinarios de El llano en llamas, con esos personajes sin alma, que entienden la muerte como el acto más natural, personajes áridos, como los páramos de Comala , como Pedro, y su nombre que remite a piedra, que es piedra.

Ese Bartleby que escribió su obra antes de cumplir los cuarenta años y por quien García Márquez dijo alguna vez que si él hubiera escrito Pedro Páramo , hubiera dejado de escribir el resto de sus libros. Ese vendedor de llantas y burócrata de vida solitaria, rodeado de sus espíritus, de sus personajes cada uno de ellos dispuesto a contar una historia que nadie contó, que su autor prefirió callar. 


¿Será que la gran literatura solo se puede contar desde ese páramo? Obra de murmullos, vida de murmullos, la de Rulfo es la narrativa más cercana al texto poético, a la voz de la poesía, aquella que destila un número infinito de palabras para obtener solamente su esencia. El Rulfo del silencio voluntario, el que no llegaba a casa. Ese es el que más me interesa.




viernes, mayo 15, 2020

Ensayo de novela






Así comienza todo, sin saber exactamente el principio, sin saber si se está viviendo el final o el inicio de algo. Como cuando se entra a una sala de cine cuando la película ya ha iniciado y no se sabe si está a punto de terminar, si transcurre la mitad del metraje o si apenas apagaron las luces. Así empiezan la mayoría de las cosas. O será que no hay principios y desde que nacemos hay un continuo fluir del tiempo que da vueltas y se encarga de desconcentrarnos intencionalmente. A veces pienso que llegué a la mitad de la película, cuando ya estaban perfilados todos los personajes, cuando la heroína había encontrado ya el amor de su vida, el nudo narrativo se había descifrado y la trama estaba resuelta. Entonces irrumpe el extraño, el personaje que no encaja en el hilo dramático y deja al espectador desconcertado, tratando de justificar la presencia de ese inoportuno.

¿Por qué me encuentra usted aquí, rodeado de estos objetos acumulados, en un cuarto ennegrecido, sin luz, sin espejos? Verá usted, amigo mío, le confesaré que no ha sido ni casual ni desinteresado nuestro encuentro; es un último recurso, dígale así si lo prefiere. Me dirá que desaparecí prácticamente de la vida cotidiana hace ya mucho tiempo y tendrá razón en decirlo. Sin embargo, me quedan algunos rastros de lo que tuve, de aquello que fui yo hace no demasiado tiempo. Usted es uno de esos rastros que me hacen creer que tuve algo, que hubo gente que me quiso sin otro afán que quererme y a la que yo quise sin otra finalidad que quererla. Usted se encuentra en ese sitio, tal vez no muy digno, pero sí verdadero.

Y a eso recurro. A usted lo necesito en este momento. No espere ninguna historia extraordinaria, no. Las cosas que nos suceden se magnifican cuando las miramos con los ojos bondadosos del tiempo transcurrido. No tengo excepciones que ofrecerle: yo caí en un lugar común, en el cliché, en lo que de tan manoseado, nos parece inconcebible. Si fuera algo extraordinario, sería explicable que escribiera sobre ello. Se trata de un caso típico de amor, así con cada una de sus letras. ¿Hay algo menos prototípico?

Por lo que puede ver, pareciera que todo está bajo control y que puedo decirle con tranquilidad lo que me sucede, articulando palabras sin emoción aparente. No era así antes, no. El tiempo, usted sabe, el tiempo. Soy uno de esos hombres anacrónicos que piensan que nada existe hasta que se le nombra. Así las calles, las plantas, los animales, las personas. Se trata de encontrar el nombre real, que no necesariamente coincide con el que asumimos. Un hombre de palabras, no un hombre de palabra.

Las personas nombran arbitrariamente a sus hijos, sin conocerlos. Algunas veces el nombre elegido coincide con el nombre real, la mayoría de las veces no. Así, los padres que nombran Armando a su hijo , no saben que en virtud de ese nombre, condenan al recién nacido a ser toda su vida un gerundio, una forma verbal de acción no concluida. El nombre real es otra cosa y lo encuentran solo los que se aproximan al ánima, a lo que hace diferente a uno.

¿De qué manera alguien condenado a ser un verbo, una forma no personal del verbo, que expresa duración permanente, acción sin concretarse, puede encontrar de pronto alguien a quien nombrar?

Mirando ahora a la distancia, pienso en esa especie de juego para demostrar quién quería más al otro. Las contadas veces que he querido, lo he hecho mal. Pero esta vez quise mucho. Y mal también. Recuerdo haber escuchado en alguna canción: los hombres quieren más, las mujeres quieren mejor. Ella me quiso mejor, con mayor libertad, con más alegría. No encuentro otra explicación que mi necedad por explicarlo todo, por contaminar con mi cerebro todos los asuntos del corazón. Lo irónico de esto es que no la quise de forma inteligente, no supe entender que una buena parte de lo nuestro se sostenía en la distancia.

Debí darme cuenta con los primeros signos, con el continuo deterioro de mi memoria, con la drástica reducción de mis horas de sueño y el alejamiento de todo y de todos. Fue perder una por una todas las amistades y compañías hasta llegar a un estado de ensimismamiento radical, donde solo existíamos yo y mis palabras. A todas mis adicciones, sumé la adicción a la soledad.

La vida está llena de ciclos, por más que se niegue, ciclos que no cerramos por nuestra cuenta si no que se cierran sin que intervengamos, como cuando se nos cierra la puerta de la casa. Es un regreso continuo al punto de partida sin saber si se concluyó o no. Ese sinsentido, ese disparate es lo que hace tan atractivo no claudicar.

Ahora ve usted a qué se ha reducido mi vida y todos sus avatares, a este cuarto húmedo, a estas cajas. Pero no sienta lástima; la vida siempre se encarga de resumirlo todo para dejar lo valioso en cajitas donde caben años y años de viajes, de logros, de fracasos. El tiempo se encarga de destilar nuestros años, para dejar únicamente un licor que puede caber en una sola botella. Este cuarto es ese licor.


2

A la muerte la llevamos desde que nacemos. En el órgano que con el paso del tiempo mostrará su deterioro, en la misma estructura que nos sostiene, incubándose en nuestros pensamientos, tejiendo suavemente su red en nuestras arterias. Contar con un periodo estimado de vida, contra lo que pudiera creerse, es una fuente benéfica de certeza. Puedes prescindir de los planes a largo plazo, puedes ordenar tu desorden. Si la soledad te permite también las lamentables escenas de conmiseración y los llantos reprimidos, las ventajas se multiplican.

Morir solo es un acto de dignidad, simplemente desaparecer, sin dejar rastro en la medida de lo posible, cerrando tus cuentas pendientes, al corriente del pago de tus impuestos; morir en perfecto estado y seguir vivo hasta que alguien pregunte ¿dónde estará ese sujeto? Y empezar a morir en el momento en el que alguien se da cuenta que faltas, para lo cual pueden pasar días, meses, años.

Parecía repetir el mismo camino de mi padre, esa anomalía que me persiguió toda la vida, esa violencia desmedida que parecía dirigirse a lugares impenetrables. Sin embargo, siento que sin saber, estoy ya en esos sitios, esos infiernos cotidianos que él exploraba con tan poco tino y que lo llevaron a su muerte, a su muerte lenta y prematura, a dejar tras de sí un cadáver incompleto, miserable, mutilado, sin piernas, sin ojos, sin dientes.

Habrás escuchado referencias del destino, de aquella mariposa que si mueve sus alas en este barrio, puede ocasionar un terremoto en alguna ciudad lejana, todo por la conjunción de causas y efectos. De ser así, mi vida, la vida de ella también, las dos vidas formarían parte de un juego perverso de las casualidades. Si mi vida fue así y la de ella de ese modo, fue para que a final de cuentas nos conociéramos. Todas las personas que pasaron por mi historia no sabían que estaban tejiendo una trama para que finalmente yo llegara a ella.

El café que tomé en alguna mañana con alguien, los besos que di, los supuestos enamoramientos, las guerras fratricidas que libre en el transcurso de los años, todo, todo eso estaba preparando las condiciones para llegar hasta ella. Era un caldo de cultivo en donde desfilaron amores que me inventaba, cascarones,  sentimientos eternos con fecha de caducidad. Todo era fertilizar el terreno para llegar a ella, ella. Dirás que no es para tanto. Te contaré como es ella, como es para mis ojos, para mis manos, para mi mente.

Ella fue inevitable, desde la primera vez. No entiendo porque usted se ríe de esa manera. Desde aquella primera vez, alejada absolutamente, desde esa vez, sentí algo por ella. Solo puedo explicarlo con lugares comunes y frases hechas. Apenas unos segundos, casi sin importancia, pero ella estaba ahí, recuerdo perfectamente dónde, ahí, en el punto exacto donde convergían todas las historias previas.

Y era inevitable igual llegar a este punto, sin consumar nada, intacto desde que empezó. A la contra estaba todo, el tiempo más que otra cosa, pero lo que tiraba al lado contrario es una lista amplia de tristeza, de circunstancias que hicieron que nunca terminara de empezar y que nunca acabara por terminar. El limbo terrible de la duda, de actuar como novios de novela de kiosko y no llegar a más. Sin futuro desde el principio, estábamos condenados a ser un breve presente.

Lo ve usted, amigo mío. Todo se resume en lo siguiente: amo a una mujer que simplemente me quiere y no he podido amar a las personas que me han amado. Eso lo explica todo. Hablo de amar con arrebato, sin que nada ni nadie más importe, hablo de ese amor que se siente en los huesos; no el cariño que se comparte y que trae solamente satisfacciones, certeza, estabilidad. Hablo del amor que todo lo llena, que no requiere buscar más porque todo lo tiene. Finalmente acepto mi equivocación, el amor existe, sí., pero no está en lo cotidiano. Para existir se evapora, no se puede amar teniendo los pies en el suelo.


Nadie decide cuando algo se termina. Las cosas entre dos no se terminan, más bien se abandonan. Un día despiertas al lado de alguien, no importan los años transcurridos en su compañía, y te das cuenta que todo ha terminado. ¿Dónde quedó todo lo maravilloso? ¿A dónde se fueron todos esos prodigios que te hechizaron y que ahora no solo los ves con indiferencia, algunos incluso con desagrado?

Paz, se dice quizá. Es momento de empezar a cerrar las ventanas, revisar que no queden rastros que no sirvan ya, cubrir los muebles, salir a flote, a las calles de nuevo, esas calles más hogar desde ese momento. Paz, palabra sencilla, qué poco me has dado después de tanto tiempo. Solo dejando de lado lo que nos obsesiona, podemos darnos cuenta que la vida sigue su curso, amigo mío. He abandonado casi todo y apenas me he quedado con lo esencial, como un franciscano. Con el paso del tiempo me he dando cuenta que la felicidad no existe: apenas encontramos unos cuantos momentos brillantes que valen más que la mayoría de la vida transcurrida.


¿Entiende usted mi gran capacidad de abandono? Desde siempre he manifestado una gran habilidad de pérdida: las llaves, las credenciales, las tarjetas bancarias. También he perdido personas, casi como extravío mis anteojos y mis calcetines permanentemente impares.

domingo, junio 10, 2018

Anthony Bourdain







Tu cuerpo no es un templo, es un parque temático. Disfruta del viaje”

ANTHONY BOURDAIN

Hace ya algunos años, diez, once, quizá más, la cocina era un territorio vedado para mí. Jamás utilicé una estufa, ni entendía los mecanismos que hacían que una comida fuera capaz de emocionar. Era irrelevante, comer era nutrirse para crecer, como una planta, simple y llanamente. La necesidad de alimentar a mi hija fue lo que me llevó a la cocina y de manera estrepitosa me hundí en esa afición, como buen adicto que soy; me interesó más que el sabor o la técnica culinaria, esa posibilidad de emocionar efimeramente a alguien a través de lo que se cocina. No hay acto de amor más desinteresado que preparar comida para alguien, dicen algunos, y así lo entendí. Cocinar sano es un despropósito; para contar historias a través de los alimentos, se necesita tener mala leche porque comer es un acto que involucra todos los sentidos y cocinar es producir un efecto a ese nivel. Es crear algo que alguien llevará a su boca, se alojará en el interior de su cuerpo y, si es lo suficientemente emocionante, se quedará en su memoria permanentemente. Todo ese veneno tan atractivo, el valor de la comida real, la que marca, la que violenta, lo encontré en Anthony Bourdain, quizá el nombre que primero se me ocurriría si alguien me preguntara a quién admiro. Uno espíritu libre, de esos ya en extinción. Se te va a extrañar Tony. Buen viaje.

domingo, agosto 20, 2017

Bar Cervecería Don Ramón






A la orilla de la Colonia Guerrero, en el punto donde coinciden prostitutas y narcomenudeo, al costado de la olvidada Plaza de San Fernando, al costado de la iglesia con uno de los retablos barrocos más hermosos de la ciudad; ahí donde inicia el centro más rasposo, frente a hoteles de paso intimidantes, se encuentra el Bar Cerrvecería Don Ramón , con sus mesas y sillas desvencijadas y sus ventiladores de techo aligerando el ambiente denso de una construcción antigua. Ni el tapiz rojo mugriento de los asientos, ni los sanitarios insalubres, ni la presencia de transgéneros que trabajan en la zona, alejan a una concurrencia de bolsillos vacíos que pueden comer hasta diez tiempos de botana sin consumo mínimo. Y la comida es tal como debe ser: potente, densa, grasosa, no apta para timoratos: las salsas pican endiabladamente, la carne tártara es excepcional y todos los días sirven un menudo, divinamente ejecutado. Los meseros son particularmente guarros pero también muy serviciales. No salga tarde del lugar, eso sí. Por esas calles transitan las criaturas que las ciudades arrastran al límite, los marginales. Caguamones a ochenta pesos, botana sin consumo, cuarenta pesos. Tenemos servicio de internet, anuncian. Hay rocola con karaoke, si el cliente lo solicita.

lunes, julio 17, 2017

KING CRIMSON





Al margen de las corrientes que nacen y desaparecen, con la bandera de la discreción histórica como postura, pero una discreción que estalla hasta reventar los tímpanos en la disonancia de la música elevada a la máxima potencia. Es en esa ambivalencia, en la seguridad de la postura artística de lo rimbombante y los silencios, donde crece con raíces fuertes lo que perdura. Nada hay de superficial en lo que toca King Crimson, todo tiene un sentido incuestionable, incluyendo los silencios que casi siempre son antecedente de momentos luminosos. Inclasificable esa vanguardia de más de cuarenta años, la sonoridad que permite que la experiencia auditiva se renueve constantemente y alimente a un público de cualquier edad. Una vez descifrado el ritmo, cuando la madeja se desenreda, uno entiende la soledad llena de matices que las notas dejan. La música en estado puro, así sin más. 



sábado, junio 24, 2017



Menos leído que Bukowski, pero con un público amplio también, fiel, seguidor de los pasos que dio este escritor flamígero, vibrante, nacido para no estar en ningún lugar. Es conocido el Malcolm Lowry de México, el del mezcal y la mezcalina, el de Tepoztlán y Cuernavaca; menos conocido aquél que se embarcó a los dieciocho años, siendo un señorito, solo para conocer la vida de los marineros. Quizá ahí inició su afición a la neblina, a la vida poco consistente, al movimiento perpetuo. Alguna vez me dijeron que Bajo el volcán no debería ser leído en estado de sobriedad, considerando evidentemente el estado del autor al escribirlo. No estoy tan seguro; lo que sé es que la narrativa de un viajero alcoholizado, requiere una visión libre del esquema tradicional: Lowry prefiere las imágenes cortadas, la fragmentación del paisaje, los personajes circunstanciales. Es la mirada de alguien dispuesto a sumergirse en los bares ennegrecidos, de gente gris que se dedica exclusivamente a acabar con su vida. En sus narraciones viven seres sedientos, seres que sacian su sed deshidratándose. Malcolm Lowry murio en su mediana edad, apenas con cuarenta y siete años ahogado con su propio vómito mientras dormía un sueño etílico mezclado con barbitúricos.  

miércoles, junio 21, 2017

ANTÓNIO LOBO ANTUNES





Se trata de la escritura escalofriante de alguien que narra sucesos cotidianos, personajes insalvables, estructuras narrativas que sin querer ser marginales, nos dejan muy poco espacio para circular,escaso aire para respirar. Lobo Antunes distorsiona la realidad a la manera de Milorad Pavic, sin la luz que deja la lectura del serbio; el portugués se mueve mejor en los sitios inmundos, en las personas deterioradas física y espiritualmente. Con un extraordinario rigor, las letras nos llenan pero también nos van dejando poco a poco vacíos. Es la visión de un médico que escudriña con su mirada cada palmo de los barrios, las clínicas, los lugares más comunes. Y la muerte irremediable, el deterioro. No es posible salir intacto de la lectura de este autor negado más de tres veces. Marginal, en el término más preciso de la palabra, a la manera de Leopoldo María Panera, sin la locura diagnósticada de ésts, pero sí con la visión del que conoce los infiernos que crea la mente. Libros los suyos para revivir, para reparar; libros los suyos para mantenerse alerta, libros que nos sumergen a la materia más gris del ser humano pero que, a pesar de su oscura profundidad, en un extraña contradicción nos iluminan.